Se
aproxima el inicio del Juicio Oral de Afinsa, fijado para el próximo 19 de
noviembre. Ante este hecho, hemos rescatado un artículo que se publicó en
el Diario El Mundo;
donde su autor, abogado
y magistrado en excedencia, analiza las condiciones que deben caracterizar
a todo buen magistrado en el cumplimiento de sus funciones.
Esperamos
y deseamos que sea de su interés. Desde luego a nosotros nos ha parecido un excelente artículo.
Nota Preliminar:
Este artículo puede hacerse extensivo a los jueces que hasta el momento han intervenido
en el procedimiento penal, procedimiento mercantil y procedimiento
administrativo de la intervención de Afinsa.
Javier Gómez de Liano
Diario el Mundo
13 de abril de 2010
Son
varios los
supuestos de los que ha de partir el juez para el buen ejercicio de la
profesión y creo que quizá pudieran exponerse en un decálogo de
mandamientos que no necesariamente tienen que ser 10.
En el diccionario de la RAE puede leerse:
Decálogo. Del latín
decalogus. M. 2. Conjunto de normas o consejos que, aunque no sean 10, son
básicos para el desarrollo de cualquier actividad.
El
recetario, además, estaría inspirado en la Resolución que sobre Ética Judicial
adoptó el Pleno de la Corte Europea de Derechos Humanos, el 23 de junio de 2008
y que, según su preámbulo, responde a la necesidad de reforzar la confianza de
los ciudadanos en los jueces del Tribunal.
Si
aceptamos que una buena Justicia es el fruto del trabajo de los tribunales, es
hacia los jueces donde hemos de dirigir la mirada. Probemos a
hacerlo planteándonos una inicial cuestión: ¿cuáles son las
claves del oficio de juzgar? He aquí este breviario de modestos y
bienintencionados consejos que, desde ahora, advierto nada tiene que ver con el
estatuto del juez ni con el régimen de incompatibilidades y prohibiciones
contemplado en la Ley Orgánica del Poder Judicial.
1º.- El juez debe ser independiente
por encima de cualquier otra consideración y recordar que ha de ejercer sus
funciones emancipado de toda autoridad e influencia exterior.
La
independencia judicial, subjetivamente considerada, es una virtud.
Todo
juez que quiera ser independiente ha de serlo hasta sus íntimas convicciones.
No invadirá el juez órbitas ajenas. Hacer política con la justicia no es
menester de jueces, ni tan siquiera de políticos, sino de traficantes de la
justicia. El juez cuando se siente político deviene en déspota.
2º.-
El juez no tiene por qué carecer de ideología, pero cualquier profesión de fe a la causa de un partido
es una confesión de parcialidad.
En
el mundo del Derecho, más que de sombras se habla de apariencias y el juez
debe evitar las sospechas de falta de neutralidad.
Retorcer
la ley para cortar un traje que se ajuste a la ideología del juez se llama,
suavemente, burla al Derecho. Ojo, pues, a la soberbia del juez que afirma que
la ley es lo que él pronuncia, manda y firma.
3º.- El juez es siervo de
la ley e instrumento al servicio de ella. La simple elección del oficio
lleva consigo la renuncia a cualquier tentación de espiritismo.
Ha
de ser cosa bien sabida por el juez que su conciencia no puede suplir a
la voluntad de la ley. Todo el interés se encuentra en aplicar la ley y
detrás de esto no hay nada, salvo el fin.
El
juez puede pensar lo que quiera, pues es un derecho que le asiste como a
cualquier hijo de vecino, pero el desoír la ley abre las espitas de la
resolución injusta. Decir, por ejemplo, que es una persona comprometida o
con imaginación
creativa que tiene que interpretar la ley no de manera técnica sino
ideológica, constituye una perversión jurídica.
El
uso alternativo del Derecho suele degenerar en abusos alternativos del Derecho.
La radicalización del derecho libre es un bárbaro y ruinoso ataque a la
seguridad jurídica. En un Estado de Derecho quien manda es la Ley; pero
la ley nacida del parlamento y no de la mente caprichosa del juez, que es
conducta, además de inmoral, dañina para el buen orden y concierto social.
No
cabe duda de que quien se niega a aplicar la ley a sabiendas de su
claridad, en lugar de ser siervo de la ley --palabras de Montesquieu
– es un tirano que fuerza al texto legal a decir cosas que jamás el
legislador pensó.
4º.- El juez debe ser tan
imparcial como un espejo plano y ha de acreditarla en el ejercicio de sus
funciones.
La
imparcialidad de un juez consiste en no estar, ni haber estado en posición de
parte. La Ley no le
excluye porque sea parcial sino por temerse, fundamentalmente, que lo sea.
5º.- En la conciencia del juez ha de
ser nítida la linde de lo que se debe y puede hacer.
En
pura ley moral, el fin no justifica los medios. EL juez que crea lo
contrario ha de confesar su preferencia por la siempre peligrosa razón de
Estado, esa caduca teoría de Maquiavelo que tanto éxito tuvo y tiene aún entre
ingenuos y mediocres.
6º.- El juez ha de actuar
dignamente en todo tiempo y lugar, de manera que preserve
el prestigio del Poder Judicial que encarna y representa.
Puede
sufrir contratiempos en los que no sea fácil mantener el equilibrio, pero es
peor no comportarse adecuadamente. Es seguro que a lo largo de su vida el
juez recibirá varias clases de golpes, en la espinilla, en el hígado, en el
corazón, mas de todos ellos sacará saludables consecuencias si acierta a
digerirlos con serenidad.
7º.- El juez debe aspirar al
ascenso en función de su capacidad intelectual y servicios prestados a la
Justicia.
El
juez está al servicio de algo que no de alguien. A los altos cargos judiciales ha
de llegar en función de lo que de veras se vale y no por afinidades o afanes
judiciales que de él se esperan. No olvide el juez aquello que Séneca
decía de que el hombre más poderoso es el que es dueño de sí mismo.
8º.- Ha de ser el juez absolutamente
discreto, tanto sobre los secretos de los asuntos de su competencia, como en el
día a día de su función.
Debe
huir de la ruleta de la popularidad, esa noción que no es más que gloria en
calderilla. La autoestima del juez, como cualquier mortal, nunca sobra, pero
jamás la derroche con prodigalidad. El juez obsesionado por brillar en
sociedad o que sólo se mueve para abrir telediarios, al final será
devorado, sin pena ni gloria. La figura del superjuez puede
ser magnifico personaje literario, pero, en sentido auténtico, es una
muesca carnavalesca muy ajena a la Justicia.
9º.- Debe el juez ejercer su libertad
de expresión de manera compatible con la sobriedad de su cargo.
Se
abstendrá de hacer en público, sólo o en cuadrilla, declaraciones o comentarios
que hagan dudar de su ecuanimidad. Cuando el juez desborda las posibilidades
que el estatuto judicial le ofrece, en torno a él se forma un enorme vacío y su
trabajo, primero aplaudido, termina cayendo en la más absoluta indiferencia. Calle
el juez antes que se deforme. La Justicia no es una feria, ni un museo
de figuras de cera.
10º.- El juez es un
expósito y ha de saberse blanco de veredictos ajenos, aunque esto no signifique
que contra él haya barra libre al agravio.
El
oficio de juzgar al prójimo es tarea delicada y sensible, pero el insulto al
juez crea tensión, malestar y hasta miedo, cosas todas ellas, no previstas en
la Constitución.
Los
ciudadanos desean respetar a sus jueces y a cambio sólo les exigen que sean
respetables, no sólo en el fondo, sino también en las formas.
Que
un grupo de jueces firme un manifiesto contra magistrados del Tribunal Supremo
porque uno de los suyos es investigado, es mal camino y alarmante señal de
injusto exceso.
11.- No puede el juez tener
actividades accesorias o complementarias incompatibles con la esencia de su
función.
No
aceptará regalo alguno, ni privilegio o ventaja que hagan dudar de su honradez.
Ha de distinguir lo adjetivo de lo sustantivo. Rechazará cualquier
condecoración y distinción que no sea estrictamente judicial. Tampoco
practicará turismo judicial ni ocupará, de gorra, asiento en espectáculos
varios.
12.- El juez debe admitir la
posibilidad de equivocarse.
Errar
y estar herrado son cosas muy distintas. Lo primero es de humanos y el juez,
como tal, se mueve en el error. No es el error de buena fe sino la
injusticia consciente lo que mata a la Justicia. La resolución venal
es injusta hasta la iniquidad, porque ningún error se ha cometido al aplicar la
ley.
13º.- Ha de ser el juez prudente en
sus juicios y hasta huir de su propia voz.
Escribirá
siempre con la máxima corrección posible y con total respeto al destinatario de
la resolución.
Achicharrar a un justiciable, por muy imputado que sea, con el uso de adjetivos
a contrapelo, es subterfugio excesivamente torpe y mal camino para tener razón.
El
juez, está
obligado a medir cuanto dice y, en caso de duda, debe contar hasta diez antes
de abrir la boca, darle a la pluma o a la tecla del ordenador.
En
los autos y sentencias sobran los malos modales, las divagaciones o los malabarismos. Si el juez tiñe
y destiñe las palabras a capricho o voluntad, tarde o temprano, sus torpes
garabatos lo dejarán en cueros, lo cual también acaecerá si utiliza el papel de
oficio para vaciar venenos o miasmas no menos insanas.
Quiero
advertir que esta breviario de principios está dedicado a jueces y magistrados
en activo como a los que se encuentren en servicios especiales, a los titulares
como a los suplentes o sustitutos e incluso a los jubilados con rango de
eméritos, especialmente a uno de estos muy significado últimamente y que aún,
de forma inexplicable, pertenece a la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo.
Quien
no sea capaz de funcionar acorde con la misión encomendada, ya que ésta es una
unidad de conducta y expresión, debería buscar trabajo en otro lugar. Ni la
traición a los postulados de la profesión, ni el disimulo, ni la mentira y
mucho menos la conspiración, son supuestos o situaciones admisibles.
Me
permito suponer que una justicia independiente, con unos jueces imparciales
conduce a aumentar la fe de los ciudadanos en la Justicia., En España hay unos
4.000 jueces que son los que la hacen. Salvo otros funcionarios judiciales no
menos dignos de ser tenidos en cuenta, nadie más – excepción hecha del
Parlamento y de los ministerios e instituciones legalmente competentes--, entre
los que incluyo, como primer intruso, al político de turno de escasos o nulos
escrúpulos que tiene ni arte ni parte en el buen orden y concierto de los
tribunales, como tampoco la tienen los fabricantes de credenciales de buenos y
malos jueces, progresistas, conservadores, fachas u otras especies de la fauna
y flora judicial.
Digo
cuanto queda dicho de sus señorías con el ruego a los lectores de que se sirvan
apreciar el mucho afecto—casi pasión—que siento y proclamo hacia la Justicia y sus oficiantes.
Pero hay que vivir sin telarañas en los ojos y pensando que la Justicia es como
una estrella fugaz de trayectoria incierta.
El
juez no es más que el muro de las lamentaciones ante el que lloran a gritos o
en silencio, los hombres que alimentan el clamor, a veces ensordecedor, por la
Justicia.
* * * * * * *
Hasta
aquí el magnífico y brillante artículo de Javier Gómez de Liaño,
magistrado excedente y abogado, publicado en el Diario El Mundo el martes día
13 de abril de 2010.
No
pretendemos dar lecciones a nadie; sin embargo, de su lectura se
desprende un juicio y un sentido ético y moral al alcance de muy pocos,
sobre todo –es una opinión-- de las personas encargadas en España de impartir
Justicia.
Una
pequeña reflexión que seguro ustedes van hacer de la intervención
de Afinsa, nos da la pista del tremendo déficit o nulo recetario del
oficio de juzgar –dicho con el máximo respecto– existente en nuestro
país, una lástima.
Asociación Afectados de Afinsa